"En la playa nunca se espera a nadie"
Parado en la orilla de la playa con la mirada cruzando hacia el más allá del horizonte el abuelo - un hombre de mar que atravesó dos veces el Atlántico para llegar al Caribe, la primera como prestidigitador de oportunidades, la segunda, fue tras el regreso a su propia tierra, a los pocos días entendió que el otro, que era el mismo, que había quedado en este lado del mar esperaba por él para recobrar sus pasos. Frente al mar el abuelo decía que cualquier hombre podía sentir lo ancho del mundo; sólo le bastaría cerrar los ojos, dejarse llevar por la brisa marina y el runruneo de las olas que llegan a la playa trayendo noticias de todas partes.
El mar simboliza el paso entre lo etéreo y lo
sólido; en un sentido analógico, es el tránsito entre la vida y la muerte, tal
como lo recoge la tradición artúrica, al final de su vida el Rey Arturo se
embarca en una nave que se adentra en el horizonte marino; es el retorno al
mar, al origen.
En cierta medida en la novela “La Playa” del
escritor italiano Cesare Pavese, estamos un poco frente a esa dualidad, ante
esa ambivalencia entre la plenitud de vivir, que es vida en colmada de
dinamismo y el despliegue de su sensualidad, y por el otro, las existencias
taciturnas, definidas por el tedio y una cotidianidad liquidadora que de alguna
manera comprende una forma transitoria del morir.
La vida está en otra parte pudiera ser un buen
subtítulo para esta novela, no sumergiéndote en el paisaje de lo bucólico, sino
en lo que vives en el día a día, lleno de historias, desencuentros, hallazgos,
y parándonos frente a los abismos que sobresaltan la existencia, y aquellos
aspectos ocultos que nadie se permite contar jamás. Al fin leer es un viaje y
“La Playa” de Pavese es uno, un viaje corto de apenas 86 páginas, que recorre
el camino entre las expectativas sobre el veraneo frente al mar y la melancolía
que la puede asistir, por la necesidad del amor, “En la playa nadie espera a
nadie”, dice el Narrador, a manera de revelarnos que somos seres en los que de
alguna manera media la conformidad.
La historia transcurre a finales de los años
cuarenta, en la narración no hay memoria ni una cicatriz visible del período de
guerra; se narran las vivencias de un grupo de amigos en una veraniega
temporada de playa. Los personajes principales son el Narrador, que es un gran
amigo del pasado de Doro, y su esposa Clelia, quienes lo invitan a compartir
esos días estivales en las afueras de Génova.
Pese a los años transcurridos Doro y su amigo
reavivan sus lazos de amistad. Doro y su mujer viven en un círculo que sólo
reconoce y tiene tiempo para el placer y la diversión, cuando estos se acaban
en un lugar, enseguida salen en busca de otras vivencias; hay un ir y venir que
pareciera ser más incesante de lo que en verdad es, buscando lo inalcanzable,
aquello que rompa la disconformidad, la de Doro y con la negación de lo
rutinario, la de Clelia que ponga fin a su percepción de estar atrapada en ese
viaje en círculos espirales que es el
matrimonio, y al fondo, como un intenso rumor, el eterno debate –entre palabras
medias dichas y silenciadas- sobre la libertad de existir. Pero no hay nada que
acabe con la disconformidad de ambos, porque en ese momento de sus vidas fue la
razón que los unió, la sustancia de su verdadera existencia.
El Narrador por su parte, siempre parece estar en
la orilla de todo lo que acontece, incluso al borde de todas las celebraciones;
la voz del narrador son las reflexiones del mismo Pavese, quien mira, piensa y
habla frente al mar sin que intermedien en él mayores emociones, su actitud es
la de quien asiste a un duelo con lo taciturno. Es un hombre solo, “En la playa
nunca se espera a nadie”, es algo que
parece comprobar con su propia existencia. El único personaje que parece
escapar de la fuerza atrayente del tedio es el joven Berti, un seductor de
ocasiones quien se muestra errático y con incertidumbres sobre su vida.
En la playa no hay grandes revelaciones, hay una condición de igualdad precisa frente al mar, y lo dice el Narrador, : “La playa es el horizonte donde todos son lo mismo”. Ante esa uniformidad que nos arropa está todo suspendido, todo está frente a ti, sin estar, y donde cada uno es la medida de sus propias ficciones.
©Copyright. Douglas González
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