domingo, 14 de noviembre de 2021


Sostiene Pereira 26 años después



Antonio Tabucci murió en el año 2012, pero dejó para la posteridad, una nutrida obra literaria en la que es necesario adentrarse, con la mirada de quien explora por primera vez un bosque desconocido. De su publicación ya distan unos precisos veinte seis años, 1995, debo a mi amigo Orel que en aquél entonces me aconsejara en repetidas ocasiones leer  “Sostiene Pereira”, él como abogado sin duda  había quedado asombrado de cómo esa palabra, como simple alegato tribunalicio, la voz, sostiene Pereira se repite como un verso, como palabra recurrente, como una palabra mágica, una especie de “ábrete sésamo”,  que articula una puerta dimensional sobre la realidad, o los hechos innegables de la realidad. Ante la insistencia de Orel compre el libro y desde que lo abrí en la primera página la mañana de un sábado, no lo cerré hasta terminarlo con el mismo sentimiento vago de nostalgia del que está impregnado su personaje.

A lo largo de estos años, en varias ocasiones he releído Sostiene Pereira, un par de veces he visto la película basada en éste texto, protagonizada por Marcelo Mastroianni, quien no sólo encarna a Pereira, sino que le da vida y nos lo deja como imagen viva para el recuerdo

Pero ¿quién es Pereira?  Para sostener todo lo que narra a lo largo de la  novela. Corre el año de 1938, Pereira es un periodista mediocre de mediana edad, amante de la literatura, a quien un día lo encargan de dirigir la página cultural de un periódico gris, llamado Lisboa. Su nombramiento coincide con un ambiente álgido de protestas estudiantiles contra el gobierno dictatorial de Salazar. Pereira se encarga de hacer notas elegiacas, sobre figuras históricas de la literatura, hasta que un día lee un artículo sobre la vida y la muerte de un joven ensayista llamado Monteiro Rossi, un revolucionario conspirador a tiempo completo. Pereira busca contactarlo y lo contrata, enseguida se genera un vínculo entre el viejo periodista y el novel escritor, quien entra a la vida de Pereira junto a su novia Marta, una joven de radicales convicciones socialistas.

Pereira deambula en soledad cuando no está escribiendo, su única compañía es el retrato de su difunta esposa con quien habla todos los días, se despide de ella al ir a su trabajo y la saluda al llegar, tras su muerte Pereira está herido de nostalgia, o quizás lo estaba desde antes, su vida lo refleja así. «...sin embargo sentía una gran nostalgia, de qué no podría decirlo, pero era una gran nostalgia de una vida pasada y de una vida futura, sostiene Pereira». 

Pereira también  tiene herida la esperanza por aquello que pudo haber sido y no fue, a Pereira no le interesa la política y guarda silencio ante la oleada represiva del Gobierno, hasta que un día la policía secreta allana su casa en busca de Monteiro Rossi, Pereira es ultrajado y  Rossi para evitarlo se entrega, alli mismo lo torturan y golpean hasta matarlo.

Ante el hecho atroz Pereira es obligado a salir de su burbuja literaria, se declara combativo y decide publicar la denuncia del asesinato en la primera plana del periódico, se vale de una artimaña para evadir la censura, para el momento de la salida de la edición matutina a la calle, Pereira ya tiene previsto huir de ese infierno del estado policial que vive  Lisboa, lleva consigo su pasaporte y el retrato de su mujer, lo demás, incluso la literatura parece sobrarle ante la evidencia irrevocable de la vida.

“Es difícil tener convicciones precisas cuando se habla de las razones del corazón, sostiene Pereira”.

Douglas González Droz

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