La pereza en el arte de escribir
A Raymond
Carver por mucho tiempo lo han calificado como un escritor minimalista,
y así aparece en muchos compendios y libros de la crítica especializada; la ausencia de recursos ornamentales y
sobreabundantes en su uso del lenguaje, tan usuales en el quehacer literario,
ha sido suficiente para ganarse esa etiqueta.
Algo que a mí en lo personal nunca me acomodó de
un todo, siendo desde 1988 un lector recurrente de sus libros. A Carver nunca lo he dejado de releer a lo
largo de tres décadas, y digo releer porque tras su muerte, nunca más se
publicaron nuevos títulos suyos. Nunca hubo, como suele pasar con otros
escritores, que si los últimos cuentos que corregía cuando le sobrevino la
muerte, o un baúl encontrado entre sus pertenencias repleto con los originales de una obra sin corregir, como pasó con el
poeta portugués Fernando Pessoa, y que permitieron la publicación póstuma de su
Libro del Desasosiego.
En lo personal
Carver fue un escritor que jugaba a lo simple y simplicidad y
minimalismo no es lo mismo aunque se parecen. El minimalismo puede entenderse
como un pose ante…, un estilo, una
manera de ser en el mundo y de relacionarse con las cosas, el polo opuesto de
la complejidad, el otro lado de la balanza. Entre tanto la simplicidad tiene un
dejo filosófico, se basa en comprender la complejidad y desmontarla, accionar
su deconstrucción, y eso lo hace mirarlo
a la distancia, salir y entrar en el juego a su antojo. El minimalismo está
limitado a sí mismo, la simpleza es de amplitud universal.
Detrás de Carver siempre intuí algo de pereza
mental en el escritor, simple y harta flojera, puede ser ¿por qué no? ¿Por qué
es Carver y Carver es un genio? Pero admitámoslo y evaluemos que lo hizo, y
lo hizo de manera deliberada. Carver estaba consciente de su arte de escribir y
de su simplicidad.
La puesta en escena de los personajes de Carver
denotan eso, falta de voluntad en revelarse al mundo, son lentos, sin llegar a
ser taciturnos, pero jamás desnudan su interior. Pensar es un trabajo al cual
no todos estamos dados a hacerlo, y hay personas que les cuesta por tedio, y a
esto se inclinan muchos en las tribunas de la crítica con respecto a Carver.
Son personajes que hablan poco de sí, lo que los
hace que sean tipificados como egoístas, por la reducción de ellos a su propio
mundo, donde parece que nadie más puede entrar. Esa simplicidad por pereza es
la que hizo de Carver el escritor único que es.
Inscribiendo, como en todos sus relatos esa suerte
de epigrafía esencial, leemos de Carver
la entrega del final de su cuento “La
Casa de Chef”, escrita desde lo simple y llano, de manera contundente y sin
lugar a apelaciones que pudieran sugerir el uso de palabras diferentes.
-Amor, dijo, Wes, escúchame.
-¿Qué pasó?, dijo. Pero dijo eso nada más. Parecía
que ya se había decidido. Pero, habiéndose decidido ya, no tenía ninguna prisa.
Se recostó en el sofá, puso las manos en su regazo y cerró los ojos. No dijo
nada más. No hacía falta.
Dije su nombre para mis adentros. Era un nombre
fácil de decir, y llevaba mucho tiempo diciéndolo. Luego lo dije de nuevo. Esta
vez lo dije en voz alta. Wes, dije.
Abrió los ojos. Pero no me miró. Sólo estaba sentado ahí, mirando hacia la ventana. La gorda Linda, dijo. Pero supe que no era ella. Ella no era nada. Sólo un nombre. Wes se levantó y cerró las cortinas y el océano desapareció así nada más. Fui a preparar la cena. Todavía teníamos pescado en el congelador. No había mucho más. Lo limpiaremos esta noche, pensé, y eso será todo. (Raymond Carver /La Casa de Chef)
Douglas González Droz
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