domingo, 14 de noviembre de 2021

 

La pereza en el arte de escribir



A Raymond  Carver por mucho tiempo lo han calificado como un escritor minimalista, y así aparece en muchos compendios y libros de la crítica especializada;  la ausencia de recursos ornamentales y sobreabundantes en su uso del lenguaje, tan usuales en el quehacer literario, ha sido suficiente para ganarse esa etiqueta.

Algo que a mí en lo personal nunca me acomodó de un todo, siendo desde 1988 un lector recurrente de sus libros.  A Carver nunca lo he dejado de releer a lo largo de tres décadas, y digo releer porque tras su muerte, nunca más se publicaron nuevos títulos suyos. Nunca hubo, como suele pasar con otros escritores, que si los últimos cuentos que corregía cuando le sobrevino la muerte, o un baúl encontrado entre sus pertenencias repleto con los originales  de una obra sin corregir, como pasó con el poeta portugués Fernando Pessoa, y que permitieron la publicación póstuma de su Libro del Desasosiego.

En lo personal  Carver fue un escritor que jugaba a lo simple y simplicidad y minimalismo no es lo mismo aunque se parecen. El minimalismo puede entenderse como un pose ante…, un estilo,  una manera de ser en el mundo y de relacionarse con las cosas, el polo opuesto de la complejidad, el otro lado de la balanza. Entre tanto la simplicidad tiene un dejo filosófico, se basa en comprender la complejidad y desmontarla, accionar su deconstrucción,  y eso lo hace mirarlo a la distancia, salir y entrar en el juego a su antojo. El minimalismo está limitado a sí mismo, la simpleza es de amplitud universal.

Detrás de Carver siempre intuí algo de pereza mental en el escritor, simple y harta flojera, puede ser ¿por qué no? ¿Por qué es Carver  y Carver es un genio?  Pero admitámoslo y evaluemos que lo hizo, y lo hizo de manera deliberada. Carver estaba consciente de su arte de escribir y de su simplicidad.

La puesta en escena de los personajes de Carver denotan eso, falta de voluntad en revelarse al mundo, son lentos, sin llegar a ser taciturnos, pero jamás desnudan su interior. Pensar es un trabajo al cual no todos estamos dados a hacerlo, y hay personas que les cuesta por tedio, y a esto se inclinan muchos en las tribunas de la crítica con respecto a Carver.

Son personajes que hablan poco de sí, lo que los hace que sean tipificados como egoístas, por la reducción de ellos a su propio mundo, donde parece que nadie más puede entrar. Esa simplicidad por pereza es la que hizo de Carver el escritor único que es.

Inscribiendo, como en todos sus relatos esa suerte de epigrafía esencial, leemos  de Carver la entrega del final de su cuento  “La Casa de Chef”, escrita desde lo simple y llano, de manera contundente y sin lugar a apelaciones que pudieran sugerir el uso de palabras diferentes.

-Amor, dijo, Wes, escúchame.

-¿Qué pasó?, dijo. Pero dijo eso nada más. Parecía que ya se había decidido. Pero, habiéndose decidido ya, no tenía ninguna prisa. Se recostó en el sofá, puso las manos en su regazo y cerró los ojos. No dijo nada más. No hacía falta.

Dije su nombre para mis adentros. Era un nombre fácil de decir, y llevaba mucho tiempo diciéndolo. Luego lo dije de nuevo. Esta vez lo dije en voz alta. Wes, dije.

Abrió los ojos. Pero no me miró. Sólo estaba sentado ahí, mirando hacia la ventana. La gorda Linda, dijo. Pero supe que no era ella. Ella no era nada. Sólo un nombre. Wes se levantó y cerró las cortinas y el océano desapareció así nada más. Fui a preparar la cena. Todavía teníamos pescado en el congelador. No había mucho más. Lo limpiaremos esta noche, pensé, y eso será todo. (Raymond Carver /La Casa de Chef)

Douglas González Droz

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.