viernes, 3 de abril de 2020


 En el mar la vida es más sabrosa


Mientras el globo se sumerge en una interminable cuarentena, el epílogo de la vida loca, el cenit de nuestra civilización del placer, navega en estos momentos en altamar, a bordo de un crucero con unos 2.000 pasajeros equipado de todo lo necesario para satisfacer la demanda de consumo placentero de cada uno de ellos, que se embarcaron en la aventura hedonista de darle la vuelta al mundo apenas aparecían los primeros síntomas de la epidemia. Una travesía cuyo destino –luego de que se declarase el avance de la pandemia del coronavirus, es poner mar de por medio de las zonas contagio mientras reciben autorización para desembarcar.

El crucero provisto al mejor estilo de los Carnival ships, donde todos los días son una fiesta, es una especie de feria portátil –una parque temático donde vivir es un placer-: con varias piscinas, bares, comedores, discotecas, cine, consultorio médico, tiendas, tintorería, casino y salones de juego, gimnasio, pistas para trotar, cancha de tenis, áreas de esparcimiento y hasta una capilla con un cura para quienes busquen apaciguar los sobresaltos del alma.

Este barco zarpó hace unos dos meses a darle la vuelta al mundo, tiene ahora una carta de navegación imprecisa que lo mantendrá durante un tiempo cruzando los siete mares, dadas las prohibiciones de desembarco que hay en toda Europa. Entretanto el Capitán ha puesto destino hacia aguas más amables, tranquilas y cálidas en las que en la noche puedan contemplarse las estrellas, alejadas de las rutas de las tormentas.

En el barco, –cuyo 30 por ciento del pasaje son ancianos mayores de 75 años- hasta ahora no se ha registrado ningún brote de coronavirus. Sin embargo, sus pasajeros están conectados con el mundo por satélite, han sincronizado su atención con los noticieros de TV, siguiendo paso a paso la extensión del coronavirus por el mundo, lo que los hace sentir, como si a bordo de ese barco, ellos fueron los últimos de la especie y que navegasen en el Arca de Noé, llena de sobrevivientes que tratan de escapar de un apocalípsis exterminador.

Hasta que la nave no reciba autorización para atracar en algún puerto, continuará navegando. No sabemos si se dispondrá a darle más vueltas al mundo, hasta que disminuya el peligro de contagio y se les permita desembarcar, o  se quedará haciendo círculos en el Océano Índico.

Todos recordarán con elegía y nostalgia, como si se tratara del paraíso perdido, esos días oceánicos de navegación donde podían cantar ese bolero son que popularizara la Sonora Matancera en la voz de Carlos Argentino, el en mar la vida es más sabrosa.

Lo que sí es seguro es que cuando cada uno de ellos pise tierra, será como viajar en el tiempo, porque se enfrentarán a un mundo que no será igual al que dejaron al zarpar, pero tampoco se parecerá al que recién han dejado en el barco.
Su primer encuentro será la desolación y la cuarentena, las ciudades se habrán convertido en gigantescos campos de concentración, calles desoladas y negocios clausurados. Rostros ausentes para siempre y la cotidianidad secuestrada por el encierro.

Aprenderán de la cultura del contagio el miedo a tocarse, conocerán las nuevas reglas, trabajar desde la casa, obsesionarse por la limpieza con cloro, asomarse al mundo a través de las redes, y pasarán el tiempo conectados viendo sólo sombras de la realidad. Aprenderán que internet es la versión milenia de la caverna de Platón, y que el principio básico de la sobrevivencia es estar aislados de los demás y se prepararán para quedarse encerrados para siempre.

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