martes, 14 de abril de 2020


                  El asesinato y la obra arte


La cuarentena trae entre otras cosas que nos ocupemos de revisar viejas lecturas que desempolvemos olvidados libros leídos hace tiempo.
Siempre que leemos un libro, lo hacemos analizando los argumentos y las técnicas utilizadas por el autor. Nunca he leído una crítica, reseña o crónica de una obra que parta de los efectos que ésta puede causar en el lector, salvo la de los textos censurados o prohibidos, por la Iglesia o por los gobiernos, pero jamás por lo literario.

Este es el caso del libro, “Del asesinato como una de las bellas artes” (1827), escrito por Thomas De Quincey, que hasta entonces era conocido por sus "Memorias de un inglés consumidor de opio" (1822), donde este maestro de la narración efectista cuenta su experiencia durante los años de su fuerte adicción a esta droga, y en el que vacía variados aspectos autobiográficos.

Educado bajo los más exigentes principios aristocráticos, de la una Inglaterra que de principios del S.XIX, De Quincey llevará una vida marcada por el desenfreno, el espíritu romántico y los excesos. Tras fugarse de su casa y permanecer un largo período improvisando su supervivencia ejerciendo diversos oficios, logra hacer las paces con su familia y regresa a su reducto aristocrático. Enseguida retoma su educación en Oxford, y al poco tiempo se convierte en millonario al heredar La cuantiosa fortuna de sus padres que dilapidará al poco tiempo.

Arruinado De Quincey iniciará un largo periplo por el periodismo de la época, trabajando como redactor de varios diarios, en los que incluso irá publicando por entregas algunos de sus trabajos más importantes. El periodismo le abrirá las  puertas de la creación, le permite analizar con  detalle el comportamiento morbo del público que compra periódicos para leer las noticias de crímenes y asesinatos, y la demanda constante por leer noticias de hechos sangrientos.

Observa la actitud de esos lectores cuando van a comprar el diario, su forma de caminar, las formas impacientes de sus gestos, y los compara con los que desarrollan luego al tenerlo en la mano y sumergirse en su lectura.Para De Quincey, hay un antes y un después determinado por el placer del morbo, sobre lo que toma nota e idea un libro que satisfaga la necesidad morbosa de esa masa de lectores anhelantes de sangre.

Será un libro, no como el común denominador de las historias de crímenes y asesinatos, no. él quiere escribir la motivación visceral del crimen, la correspondencia de la víctima con los patrones y gustos del asesino, la elección del sujeto calificado para inmolar en el su instinto criminal, todo esas pinceladas que en conjunto prefigurarán la.fabricación  de una especie de estética, una obra de arte para De Quincey.

La idea no es novedosa, incluso en esa época, ya Schopenhauer, un siglo atrás había publicado su tesis de que la vida para ser vivida realmente requería alcanzar una expresión estética, convertirse en una obra de arte, de resto era insoportable; el mismo planteamiento   lo asume como uno de los conceptos de su literatura Virginia Woolf, en la que cada personaje es tomado de.la.realidad y remodelado en sus palabras.  La propuesta de De Quincey de que incluso el asesinato puede alcanzar el nivel de una obra de arte es un escrito para el morbo.

Este libro no constituye tan siquiera un manual, el único acercamiento del autor con lo que llama el arte de asesinar es retórico, el no es un asesino. Hoy, el libro de De Quincey es un escrito curioso, un objeto de interés para la arqueología literaria.

El asesinato ha llegado a niveles insospechados de sofisticación –en cuanto a la masa- y excesivamente atroz en los crímenes particulares. En literatura no hay libros pasados de moda, no se incurre en el error de lo efímero, los libros tienen una vigencia para el momento que desde él podemos mirar a través de otro foco la sociedad, este libro de De Quincey es uno de esos.

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