LA BANALIDAD DEL MAL
La banalidad del mal (término acuñado por la filósofa Hannah
Arent), es una de las claves que puede explicarnos cómo una sociedad que por
años tuvo un comportamiento visiblemente pacífico, apegada a los elevados
principios morales se ve de pronto convertida en un recinto dominado por la
criminalidad y la decadencia. Con un crecimiento de la violencia y la
inseguridad que se han convertido, junto a la escasez, en los principales
problemas públicos del país.
Las sociedades dominadas por regímenes totalitarios son las
que más propenden en banalizar el mal, son las destinadas a ver cada día como
algo normal los más atroces asesinatos, el robo, el secuestro, el crimen, el
incumplimiento de los derechos humanos, el legítimo espacio político y de
participación de la oposición, la carencia de insumos alimenticios, y la toma
de decisión de manera unilateral. Siempre la salida banal será a la que los
voceros del régimen echarán mano, a manera de chanza y convertir en chiste lo denunciado, o escurrirlo señalando que se trata de una falsedad o exageración. En cualquiera de los
casos, el objetivo es disimularlo, quitarle atención, desmentirlo, en fin
restarle importancia, es la manera que tienen de camuflarlo.
Pero mucho más graves aún es cuando la banalidad se
convierte en el disfraz que se adopta ante toda carencia, incumplimiento, falta
de servicio, inseguridad y corrupción, cuando llegamos ahí, tal como los
venezolanos hemos llegado, es importante saber que estamos frente a la
disfuncionalidad total y plena del Estado (el Estado pierde su función esencial
y deja de ser lo que siempre ha sido para convertirse en una máquina generadora
de poder y riqueza de la minoría que lo controla), y pasa a ser la banalidad la
única “política pública” que se adopta en realidad, es el disfraz adoptado por
una voluntad poderosa para abolir la conciencia de todos.
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