viernes, 9 de enero de 2015

LA BANALIDAD DEL MAL
La banalidad del mal (término acuñado por la filósofa Hannah Arent), es una de las claves que puede explicarnos cómo una sociedad que por años tuvo un comportamiento visiblemente pacífico, apegada a los elevados principios morales se ve de pronto convertida en un recinto dominado por la criminalidad y la decadencia. Con un crecimiento de la violencia y la inseguridad que se han convertido, junto a la escasez, en los principales problemas públicos del país.



Las sociedades dominadas por regímenes totalitarios son las que más propenden en banalizar el mal, son las destinadas a ver cada día como algo normal los más atroces asesinatos, el robo, el secuestro, el crimen, el incumplimiento de los derechos humanos, el legítimo espacio político y de participación de la oposición, la carencia de insumos alimenticios, y la toma de decisión de manera unilateral. Siempre la salida banal será a la que los voceros del régimen echarán mano, a manera de chanza y convertir en chiste lo denunciado, o escurrirlo señalando que se trata de una falsedad o exageración. En cualquiera de los casos, el objetivo es disimularlo, quitarle atención, desmentirlo, en fin restarle importancia, es la manera que tienen de camuflarlo.

Pero mucho más graves aún es cuando la banalidad se convierte en el disfraz que se adopta ante toda carencia, incumplimiento, falta de servicio, inseguridad y corrupción, cuando llegamos ahí, tal como los venezolanos hemos llegado, es importante saber que estamos frente a la disfuncionalidad total y plena del Estado (el Estado pierde su función esencial y deja de ser lo que siempre ha sido para convertirse en una máquina generadora de poder y riqueza de la minoría que lo controla), y pasa a ser la banalidad la única “política pública” que se adopta en realidad, es el disfraz adoptado por una voluntad poderosa para abolir la conciencia de todos.

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