viernes, 24 de julio de 2015


Milan Kundera, la novela contra el olvido del Ser


Desde hace décadas es un hecho insoslayable que  la moda literaria asigna voces a la novedad y apaga aquellas que no mueven cifras de ventas en el mercado, un mercado donde no siempre se  impone el talento. A mediados de la década de los 80 hubo un hecho inusitado con el escritor checo Milan Kundera, fue el boom y cierta incomprensión del snobismo post moderno lo adoptó como modelo. Todo lector medianamente culto o que se dignara serlo debía leer a Kundera, lo único a favor es que en este caso la moda  impulsó una obra de verdadero valor literario.  La narrativa de Kundera seduce por su plasticidad y estética, su libro: La Insoportable Levedad del Ser, dejó de ser una novela para convertirse, como muchas obras maestras, en un concepto literario. 
 


El tema de Kundera es el de siempre: El amor, conjugado como nostalgia, soledad, distancia,  ausencia, anhelo de su posibilidad de ser, en medio de un juego de fuerzas con las breves minucias de la cotidianidad: lo político y la burocracia de una sociedad totalitaria enclavada en medio de un entorno donde siempre se siente gravitar la pesada cortina de hierro de la era soviética. Por eso están el  miedo a los campos de trabajo, la delación, la entrega y la conformidad, la culpa y la búsqueda de la redención dostoievskana que sabemos se espera provenga de una imprecisa condescendencia celestial, pero en el caso de Kundera se sitúa en medio de los hombres, no hay lugar para esperar un milagro.

Pero Kundera quien es músico clásico, no sólo es un esmerado novelista –escribe siguiendo los esquemas de las composiciones musicales-, es un notable ensayista, sobretodo un versado en el arte de la novela, título que le da a uno de sus libros sobre las conjeturas de la creación novelesca. Pudiera afirmarse que El Arte de la novela, es un documento de historia crítica pero al mismo tiempo de reflexión y teoría literaria, una manera de cómo la novela ha mirado el mundo, y éste a su vez puede seguirse viendo en ella.


 

Kundera es un escritor en el que jamás pudo residenciarse de forma definitiva en la Modernidad, pero en su obra subyacen en una suerte de dialéctica dos colosos existenciales: la razón cartesiana, como fuente del desarrollo del conocimiento y la cientificidad que cosifica al hombre; al otro lado la subjetividad como vía de abierta a la exploración de su interioridad, teniendo en la novela el mecanismo de expresión conjunta en esa elaboración que conlleva el viaje a los intercisios del Ser, que para Kundera nace a partir del Quijote de Cervantes, novela, que para él, expone por primera vez la vigencia del tema existencial que durante toda la Edad Media permaneció en el olvido. Con Cervantes, la novela nace para quedarse y como puente de salvación del hombre, para el momento de fuga, cuando la supremacía de la ciencia se olvide de su Ser –Ser en este caso nos referimos al concepto de Heidegger-, del hombre y su pasión por conocer.

“Cuando Dios abandona lentamente el lugar desde donde había dirigido el Universo –nos indica Kundera- y su orden de valores, separado del bien  y del mal y dado un sentido a cada cosa, don Quijote salió de su casa y ya no estuvo en condiciones de reconocer el  mundo. Este, en ausencia del Juez supremo, apareció de pronto en una dudosa ambigüedad; la única Verdad divina se descompuso en cientos de verdades relativas que los hombres se repartieron".
El lugar abandonado por Dios será ocupado por el hombre moderno, que duda que su vida esté ordenada y determinada por un absoluto y se sabe existente porque piensa su existencia y duda de todo lo determinado.

 

“Comprender con Descartes el ego pensante como fundamento de todo, estar de este modo solo frente al universo, es una actitud que Hegel, con razón, consideró heroica”. 
El ego identificado por Descartes inaugurará la subjetividad, y en base a él acuñará su célebre frase: Pienso, luego existo. “Comprender con Cervantes –apunta Kundera- el mundo como ambigüedad, tener que afrontar no una única verdad absoluta, sino un montón de verdades relativas que se contradicen (verdades incorporadas a los egos imaginarios llamados personajes), poseer como única certeza la sabiduría de los incierto. Exige una fuerza igualmente notable”.

Kundera se desmarca de las lecciones moralizantes que ha sido el lugar común con que se ha encasillado al Quijote, para ubicarlo como novela del hombre-mundo. 
“Don quijote partió hacia un mundo que se abría ampliamente ante él. Podía entrar libremente en él y regresar a casa cuando fuera su deseo”, ese es el mundo de la novela: el viaje, en nosotros, en los otros, en las cosas, en la conjetura de lo abstracto.

Pero quinientos años después podemos responder la interrogante ¿cuál es la salud del hombre moderno con respecto a la ciencia y que tanto lo ha salvado de la cosificación esa especie de antídoto que es la novela?

 

Poco antes de la Segunda Guerra Mundial, y arrastrando el pesimismo generado por la Primera, Edmund Husserl alerta sobre una crisis de la humanidad europea (aquí el término europeo debe entenderse como mundo civilizado o cuna de la civilización incluyendo a América, según la concepción eurocentrista de la historia), esta crisis según Husserl se derivaba de que el conocimiento se había adueñado del hombre.

El desarrollo de las ciencias llevó al hombre hacia los túneles de las disciplinas especializadas. Cuanto más avanza en su conocimiento, más pierde de vista el conjunto del mundo y a sí mismo, hundiéndose, en lo que su discípulo Heidegger llamó “el olvido del Ser”, a favor de la máquina pensante. 
Kundera quien luce apegado a los convencimientos filosóficos de la fenemenología escribe: “Todos los grandes temas existenciales que Heidegger analiza en Ser y Tiempo, y que a su juicio han sido dejados de lado por toda la filosofía europea anterior, fueron revelados, expuestos, iluminados por cuatro siglos de novela – cuatro siglos de reencarnación europea de la novela-. Uno tras otro, la novela ha descubierto por sus propios medios, por su propia lógica, los diferentes aspectos de la existencia: con los contemporáneos de Cervantes se pregunta qué es la aventura; con Samuel Richardson comienza a examinar “lo que sucede en lo interior”, a desvelar la vida secreta de los sentimientos; con Blazac descubre el arraigo del hombre en la historia; con Flaubert explora la terra hasta entonces incógnita de lo cotidiano; con Tolstoi se acerca a la intervención de lo irracional en las decisiones y comportamiento humanos. 
La novela sondea el tiempo: el inalcanzable momento pasado con Marcel Proust; el inalcanzable momento presente con James Joyce. Se interroga con Thomas Mann, sobre el papel de los 105 mitos, que llegados al fondo de los tiempos, teledirigen nuestros pasos, Et caetera, et caetera”.

Para Kundera la novela es el arma contra el olvido del Ser Heideggeriano, una especie de luz perpetúa que siempre iluminará al final del túnel de nuestros desasosiegos, los del mundo y los de la vida.


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