El
país del mientras tanto o donde el cuento es el rey
Que
Venezuela sea un país donde se puede vivir del cuento no es nada nuevo, el
venezolano siempre ha sido cuentero y vivo. Cuando nos descubrió Colón –como dijo
José Ignacio Cabrujas- por desprevenidos y pendejos, le salimos al paso
inventando o reinventado el cuento de El Dorado, lo hicimos tan bien que hasta se lo creyó el
mismísimo Tirano Aguirre –el hombre que tras ser asesinado y su mano amputada y lanzada al río provocó la huida de todos los
aldeanos de sus alrededores-. Cuando se nos acabó el cuento de El Dorado
inventamos el de los entierros en los solares de las viejas casonas, los baúles
llenos de morocotas, y así hemos ido nutriendo una memoria colectiva que
responde más a los recursos de nuestra creativa invención que al sentido cierto
de nuestra realidad.
El
hombre es moreno alto debe estar rayando los 60 años, tiene el lenguaje
acompañado por los gestos del que ha dejado de ejercer oficio definido para
convertirse en el todero de la familia.
Su estampa es la de un viejo cervecero asiduo a las peñas taurinas. Es el
típico venezolano que no se queda callado que quiere saber de todo, e incluso
saber más que nadie. Ancla diálogo con un par de viejitas en la sala de espera
de la clínica de especialidades cardiológicas. Habla de los prodigios del
aceite de oliva para el corazón, y
receta: debe tomarse una gotica antes de cada comida. Eso te controla la
tensión arterial de por vida”, y
enseguida echa el cuento de una tía que viene haciéndolo desde hace diez años y
más nunca ha tenido que visitar al cardiólogo, esta última frase la suelta con
evidente tono de suficiencia, mirando de
soslayo la puerta del consultorio del cardiólogo como si fuera algo que está sobrando en su realidad.
Hay
dos cosas que mueven al venezolano, el billete y el cuento. Todo se da en
virtud de esa transacción vertiginosa que caracteriza a ambos, porque el dinero
en Venezuela nació con esa entidad milagrosa que es el petróleo que manó de la
tierra, salió de la nada, sin el menor esfuerzo de un demorado y trabajoso
desarrollo industrial. Cuando aplicamos ese binomio dinero más cuento nos da
un único producto: el rebusque, aquí los
que amasan fortuna son los ricos, los demás de ministro para abajo lo que hacen
es rebuscarse según el cargo, según el “comisionazgo”, el Presidente no se
rebusca porque él es el Rey del rebusque el que pone las reglas y reparte el
billete.
LA
CORTE DE LOS PEQUEÑOS MILAGROS
Un
país tan cuentero que aquí lo que vale es lo que se dice y no lo que está
escrito. Desde nuestras primeras constituciones y leyes, buscamos copiarnos algo
bonito y bien escrito que sonara moderno. La única entelequia inaplicable no es
la constitución de Chávez, muchas anteriores también fueron así, sufrían de un
mismo mal, ser toda “una delicatese jurídica”, sin nada que ver con la realidad
del país, leyes y constituciones –que también son un cuento- algo para
embellecernos la fachada, para decirlo con palabras de Cabrujas. Queríamos ser
como los ingleses pero nos signaba la chusma.
Como
gran cuentero el venezolano necesita de ese suspenso histórico que lo ha amamantado
desde siempre, por eso en los últimos tiempos se ha buscado presidentes
cuenteros, jefes de estado del bla, bla, bla…Si CAP nos hizo soñar con la gran
Venezuela, y de ser siempre inmensamente ricos para poder andar por el mundo
con el “ta’ barato, dame dos”, Chávez
llegó al paroxismo alucinatorio decretando una república socialista y gran
potencia, un ejemplo que seguirían los pueblos del mundo; ideas improvisadas,
sin arraigo, de festín que nunca existió más allá de las palabras anunciadoras,
haciendo, como era de esperarse de su verbigracia un gran cuento.
CREATE
FAMA Y ACUESTATE A DORMIR
De las
bondades milagrosas del aceite de Oliva, virgen prensado al frío, nuestro
hombre de la clínica pasa con facilidad del cuento introductorio con éxito, ese
que prueba la credulidad de su audiencia, al gran cuento, ese que siempre
comporta algo de mito, de mucha pose pero con disimulo. “Yo curé a mi mamá de
cáncer y mire, facilito”, suelta la frase ante una audiencia cautiva y ávida de
esperanzas –a esa altura los pacientes allí presentes, están dominados por la
impaciencia y la incertidumbre propia de quienes tienen dos horas esperando ser
atendidos frente a un consultorio médico-, en cierta medida quieren escuchar
algo de un guarapo que les quite todos los males, o de una infusión que los
deje como nuevos.
La
fama en Venezuela es un cuento bien echado, y repetido por otros –esa es una
condición fundamental- una vez logrado esto, sólo queda descansar ya el cuento
se sostiene por sí sólo, sin ninguna otra cosa que lo alimente que su
recurrente repetición. “Cuando mi mamá tenía 82 años se cayó, fuimos al médico
y nos dijo que no era nada grave, sólo una fractura leve en la costilla
derecha, pero que examinándola le
encontró un bultico, a éste le hicieron una punción, y después de analizarla,
el médico me llamó y dijo que se trataba de un tumor maligno, cancerígeno y lamentándolo
me dijo que su mamá por la edad y sus condiciones podría sobrevivir máximo 6 meses,
12 a lo sumo.
EN VENEZUELA EL CUENTO ES EL REALITY SHOW
El
hombre de la clínica ha hecho de su cuento el gran maestro de ceremonia de la
mañana, y es que Venezuela no es un país para los “reality show”, los tenemos
en todos lados, nos lo encontramos en la esquina, en la panadería, en la cola
del banco, cuando vas a pagar un servicio público.
“Lo
importante de este remedio, es la miel, miel pura que es la purifica, porque si
compras la falsa que está hecha en base de azúcar esa sí que te mata más rápido”.
Dice mirando a cada uno fijamente a los ojos, como midiendo el nivel de credibilidad
de su público cautivo.
Yo
lo primero que hice fue buscar información por internet, y encontré una fórmula
que creó un misionero brasileño para curar el cáncer. Miel pura de abeja, penca
de sábila, a la que sólo se le quita el borde espinoso y una copa de brandy o whisky, y eso se licua y
se toman dos a tres cucharadas antes de cada comida”. Todo lo va diciendo con
un tono de elocuencia profesoral, él se convierte en una voz que echa un cuento
en escala sostenida, con la que se asegura llegue a cada de los otros 11 pacientes que
están junto a él en la sala de espera. Nadie
repara en sus pantalones con ruedo brincapozos con una moda de 20 años de atraso.
Ni en la desaliñada chemise anaranjada, a la que parece el color ha ido
abandonando poco a poco. Ni en los zapatos de modelo decimonónico, en Venezuela
sólo importa el cuento, no el hábito del monje, sino pregúntese porque la
mayoría de nuestros últimos presidentes siempre se han vestido con tan marcado mal
gusto.
Ese
remedio se lo di mi mamá por tres meses,
luego fuimos al médico otra vez, y nos dijo que el tumor se había reducido en
90 por ciento, yo callé no iba a decirle con qué fórmula curé a mi mamá del
cáncer. Esa pepita que le quedó se la removieron en una operación ambulatoria,
mi mamá vivió, gracias a eso, hasta los 98 años y murió de gripe. Eso si la
miel debe ser pura, y el frasco de envasar la fórmula de vidrio, asegúrense que
sea miel pura que yo si sé donde
conseguirla. Remata su historia el hombre de la clínica, otro promotor de la
corte de los pequeños milagros, convencido del efecto seductor de sus palabras, se despide convencido de su gran historia, se marcha apresuradamente, antes de que llegue otro vivo y
le agarre el cuento de jodedera.
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