domingo, 19 de julio de 2015





El grado cero del hombre
Todas las doctrinas tanto las de dominación: monárquicas, dictatoriales, como la redentoras: democráticas, revolucionarias y totalitarias, han tenido una idea equívoca del hombre, sólo lo han visto como una parcela más donde cultivar y multiplicar su especie ideológica, pero en ninguna de ellas el hombre ha sido considerado individuo libre, sin obligación de correspondencia, ni atado a una fidelidad histórica que no sea otra que la de sí mismo y su libertad.
Bien lo dijo Ernesto Sábato en su inolvidable “Hombres y Engranajes”, la crisis del hombre no es una crisis de de sistemas: revolucionarios o democráticos, comunistas o capitalistas”, los que consideraba padecían las misma ceguera sistémica: la incapacidad de ver al hombre más allá de una suma estadística, cosa numérica necesaria para sostener el engranaje impuesto. 

 La valoración trascendental del hombre es algo mucho más complejo de comprender que leer trasnochadamente a erráticos autores de la izquierda o mesiánicos de la derecha, y escribir con el mismo coloquio de sus consignas emocionales que sólo terminan en ser sólo eso: en una expresión de angustia ciclotímica de la existencia. 
Es histórico el hábito de hacer del hombre un ser sometido a leyes políticas absurdas y alucinatorias, que no tienen nada que ver con la trascendencia de su existencia. Se busca el gregarismo, en la política que hasta hoy conocemos, eso es lo que importa, sumar adeptos sin considerar su esencia libertaria, porque para la libertad están los discursos de adornadas figuraciones utópicas que la colocan en el podio supremo de la esperanza, como el reino milenario que ha de venir, como promesa sustantiva. Porque no existe mayor servilismo que en aquél que ha sido alimentado con una esperanza redentora.
Este uso utilitarista del individuo por la política –que ya está llegando a su ocaso- le asigna al individuo una ideología, un modelo que busca integrarlo en sus esquemas de dominación y esclavitud de su conciencia, al discurso de orden establecido como lo “políticamente deseable”. Se pone en marcha todo un arte del olvido que pasa primero por desocializar al individuo, descuidar sus premisas, contener su expresión, canalizar su existencia, en fin atomizarlo hasta convertirlo un reflejo etéreo de la masa que lo aborda y que será su único sustento.



Ninguna doctrina política, jamás ha promulgado al individuo libertario, iniciador de la verdad. Todo lo contrario, siempre se apunta, se concursa, se direcciona hacia un individuo agente de la sumisión, la enajenación, la resignación, la abdicación y la dimisión del sentido real de su existencia. De este pecado son culpables todos. En ningún modelo, ni ninguna ideología hay verdaderos ecos de libertad: ni los monárquicos por el derecho divino, ni los comunistas con ese psicopatología que es la sociedad pastoral, de cuerpo social pacificado, sin clases, sin guerras, con su sociedad ignota de todos felices comiendo lombrices, ni los fascistas con su homogeneidad nacionalista y patria militarizada, ni los capitalistas, frenéticos partidarios de las propiedades del mercado, porque todos en su conjunto han fracasado en su proyecto-hombre, donde dios, dinero, patria, socialismo, sociedad, raza, nación, son parte de los artificios nominalistas contra los que los hombres lúcidos y no interpretados se han rebelado siempre.

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