sábado, 6 de diciembre de 2014



CARACAS NO ES UNA CIUDAD....


Caracas no es una ciudad, es una ciudad en muchas, como esas muñequitas rusas que adentro tienen otra muñeca y otra, y así hasta llegar en lo sucesivo a una tamaño miniatura, y es que a veces Caracas, llega a ser esa miniatura que alcanzan ver nuestro ojos. Pero además de una ciudad, Caracas es un Cíclope dormido al fondo de un valle, desplomado sobre los ríos laberínticos de sus alucinaciones, ese Cíclope de miradas múltiples y enajenadamente erráticas, lo atravesamos a las 7:00 de la mañana con el temor y la alarma encendidas, pegadas al pecho como un escapulario, y es porque en Caracas, uno nunca sabe por dónde y cómo va a despertarse la violencia del Cíclope: 

Si es en un par de motorizados que como unos tirabuzones te pueden descorchar el encanto de la vida, en dos segundos, con un "quieto ahí mamaguevo", palabras que te sonarán como el aleteo de un Zamuro que se posó en tu hombro sólo para cagarte la mañana, o el par de rateros empiedraos con los que nunca debiste toparte en el recodo solitario de la calle.

Ese Cíclope violento de piezas sueltas vive cada día rearmándose a sí mismo, no lo ves nunca, pero lo sientes en todos lados como ese dios saturnino y maligno dispuesto a devorarnos un poco cada día, en el semáforo, la autopista, tomando café en la panadería, saliendo del supermercado, llegando a tu casa, ni hablar si vas al banco. Sólo deja huellas a su paso, la sangre que siempre dibuja abstracciones cuando se riega por el suelo, un penetrante olor a pólvora y un hacinamiento de cadáveres cada fin de semana en Colinas de Bello Monte, que dan cuenta de su festín cotidiano.

Pasamos y vamos dejando atrás a la ciudad que a esa hora de la mañana nos regala su mejor sonrisa, ciudad que alguna vez fue tan bella que la llamaron la sucursal del cielo, la miramos convencidos de que aún en algún lugar de su fortaleza todavía guarda nobles tesoros, que es sólo cuestión de mirar con detenimiento y dejarnos seducir por su encanto que aún sale luminoso en algunos espacios de su atormentada urbanidad, pero que de seguro los guarda lejos de la mirada de ese cíclope errabundo y hostil, viandante de las miserias.
Rodando sobre el Distribuidor El Ciempiés, la arquitectura de la Ciudad Universitaria nos guiña el ojo, y su denso colorido nos pega un grito de atención, la contemplamos sin poder sortear la trampa de la nostalgia de ver el lugar donde por años una vez residió nuestra secreta felicidad, y que hoy pese a todos los ultrajes se niega a pactar con los emisarios de la oscuridad porque sigue siendo el lugar que vence las sombras.

Esa es Caracas, o lo más palpable de ella, una ciudad que de tanto reinventarse a sí misma un día amaneció presa de su última pesadilla, de la cual aún no ha podido despertar. Aún se descubren sus otras ciudades a medida que avanzamos en la densa geografía de sus calles: Caracas la amante, la alborozada, la Mantuana risueña y seductora al pie del Avila, tan descifrada en amores y tan amnésica y desconocida por sus odios. Desde los dos lados de la acera, cada quien se permite lanzar una mirada al horizonte con soluble dosis de esperanzas, esperanzas distintas en su color, pero esperanzas al fin, les permite ver al futuro con algo de ensueño -la ilusión de algún día volver a la normalidad-. Son dos lados que tienen sus calles y que reflejan los de su conciencia, que no están hechos para convivir en radicales divisiones, sino para ser uno, como en un tiempo se pensó la ciudad, Caracas una sola. Hoy desteñida y enmarañada, ella se debate inconclusa y a veces desesperada ante ese Cíclope monstruoso que cada día le arrebata los hijos de su propia invención.


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