sábado, 6 de diciembre de 2014


A BORDO DEL BARCO DE LOS ROMANTICOS

Navego a bordo de un barco que zarpó hace 300 años, sin otro rumbo que los prefigurados en la fantasía que anidan en la imaginación y fecundan la libertad. Al mando su capitán, Lord Byron, el príncipe de los románticos, sobre sus velas sopla el viento un ejército de ángeles iluminados con la Luna y guiados por las estrellas.

Navegamos sin rumbo fijo. Llevamos en sus bodegas el inestimable tesoro de la poesía, las joyas de las espléndidas metáforas y el oro de la métrica del verso. Acorazado por una batería de cañones que en fuego cruzado, retumban sobre el horizonte llenándolo con la magia crepuscular de sus destellos, que atraviesan el cielo y sus noches como una antorcha de mil soles. 
Al timón Coleridge, el mayor e insaciable de los poetas, quien soñó que subió al cielo, cortó una rosa y al amanecer la tenía entre sus manos. Sobre la torre de vigilia la mirada escrutadora de John Keats, capaz de avizorar en un poema las formas del sueño.
Por la borda se ven caer viejos lazos, antiguos compromisos de vidas gastadas, de rutinas asfixiantes, tragedias de vidas incomprendidas. Nada material tiene valor en este barco, el peso de nuestras almas lo vale todo.
Impetuoso en su destino, su quilla rompe las olas del tiempo y remonta oceános abiertos, donde el pasado y el futuro se hacen tan cercanos como una braza de mar, como todo aquello que es capaz nombrar nuestra imaginación. Nunca tocamos tierra, porque este barco solo atraca en los puertos del olvido y los jamás, sin tiempo, ni espacio, donde ya son inútiles los relojes de arena.
No somos marineros, somos románticos retando sobre las aguas el impredecible curso de la Rosa de los vientos y los espejismos de la soledad que viven alentando naufragios.


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