jueves, 4 de diciembre de 2014

Este día que quizás fue ayer

Hoy es un día que quizá fue ayer, un día de dos horas. Tan efímero que de haberlo pensado no valdría la pena haberse despertado en él, menos aún salir a sus calles, caminar bajo su Sol, junto a su gente, ni mezclarse junto a las voces que vinieron con él.

Es un día tan corto que pudiera caber en los cinco mililitros de una inyectadora, como si el haber vaciado una ampolla de tiempo se tratara. Es un día en que el cielo ha bajado su distancia, para posarse más cerca de nuestras cabezas, encapotado de grises tremulantes. Tan angosto como un túnel en el que no se permiten artilugios, tan así que ni siquiera me atrevo a sacar los que hay en el cuento que llevo en la carpeta bajo mi brazo.

Este día voy camino a la oficina de correos donde espero cartas para mí, si es que mi nombre ha logrado colarse en la secreta permutación de los milagros. Llevo mi cuento conmigo como si me sirviera de testigo en la búsqueda de una noticia que lo haga vivir a él, en palabras ajenas, en otras distancias, fuera de las mías.

En la oficina de correos me informan que no hay correspondencia para mí. Ni un delgado sobre a mi nombre. Pero se equivocan, junto al dorso de la puerta destaca un cartel de color sepia con grandes letras marrones que anuncia los ganadores del esperado concurso literario. Es la noticia que aguardo, pero que llegó en sobre abierto y público. Con vano afán busco entre los nombres ese nombre propio, pero todo en él es vacío para mí, evanescente, como la tarde que ya no existe.

Este día que fue ayer mi musa y yo quedamos sin notificación, ni primero, ni segundo, ni tercero. Sin ningún lugar. Volvemos cada uno sobre nuestros pasos, zigzagueando una especie de laberinto, tratando de ahorrar cada uno de ellos, porque no sabemos cuántos se nos han dado y mucho menos cuantos nos quedan aún por andar. Caminamos en fuga antes que la nostalgia acabe este instante de dos horas, vamos deprisa esquivando las gotas de lluvia que ya todo lo van salpicando.

Cubro con mi abrigo el cuento que es nuestro secreto premio personal, pero que ella ignora: El premio de sólo escribir para sus ojos, los de ella quien vive desnudándose en cada rincón de mis palabras.

Sabiéndome guardián de ese secreto le doy nuevos ánimos a su mirada triste, y así nos tomamos de la mano, ella mi musa de cada minuto, y yo el escritor anónimo que intenta escribir algo en el viento, en la tierra, en el agua, una permanencia de palabras en el sortilegio de las cosas imaginadas.

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