viernes, 5 de diciembre de 2014

“EL HOMBRE EN SUSPENSO” 
Una novela sobre la libertad postergada


Si alguna persona desea obtener una real comprensión de la sociedad estadounidense, no sólo debe comprender las leyes del libre mercado y la filosofía y dinámica del juego de Rugby, también deberá frecuentar algunas lecturas inestimables en este sentido como la narrativa de Henry Miller, pero sobretodo la literatura esencial de Saul Bellow (Premio Nobel de Literatura 1976), de lo contrario su comprensión de sus códices urbanos y de las reservadas leyes que definen el animus de sus ciudades jamás le será revelado y sólo convivirá con una mirada a medias.

De igual manera debería valer la advertencia, para quienes suscriben que la literatura es algo que puede estar sujeto a la moda. Habría que apuntar que los libros de Saúl Bellow rebasan los límites de ese ámbito efímero que día a día se empeñan en fecundar quienes en definitiva son cultores de ese arte menor de la subliteratura y los Best-Seller, los asiduos visitantes de la estantería de libros del Supermercado, espacios en los suelen seguirle los pasos a los caprichos y demandas del mercado de masas.

En el caso de Bellow, pudiéramos decir que estamos frente a un escritor fundamental y determinante por la visión cosmogónica de lo que es el discurrir de la vida cotidiana en las grandes metrópolis, sus contrastes con sus antihéroes, las personas con existencias predecibles, y los apocalípticos que tratan vanamente de prefigurar un mundo a su manera, pero estando dentro de este.

El Legado de Humbolt, Las aventuras de Augie March y Herzog, no sólo son títulos de buenas novelas que pudieran ponderarse entre las piezas magistrales de la narrativa contemporánea norteamericana. 

ero como todo autor de una gran obra, Bellow, también cuenta con sus excepciones, a nuestro juicio: El Planeta de Mr. Sammler y Henderson el Rey de la lluvia, se pudieran contar entre esas que nacieron con total orfandad de su estilo y lucidez-, el resto de las obras de Bellow, son una muy buena literatura.
Saul Below, es quizás el más elaborado y fiel exponente de un estilo y un enfoque sociológico de la novelística de los Estados Unidos, donde los juegos temporales, determinados por clases sociales, profesión, raza y creencias, o la ausencia de cada alguna de ellas son su verdadero argumento, su excusa para diseccionar el tiempo, y descubrir en su ámbito dimensional los tantos otros que hay dentro de él.

La literatura de Bellow como muchas otras está cifrada en esa recuperación del tiempo intangible que es el recuerdo, lo que le hace formar parte de la tradición inaugurada con la obra de Marcel Proust, “En busca del tiempo perdido”. Pero esa recuperación temporal en Bellow está anclada en dos ciudades cosmopolitas Nueva York y Chicago, con rascacielos y suburbios, centro de ese conglomerado que es la sociedad de masas y sustentadoras de la dinámica de la vida moderna: dinero, conspiración, ganadores, amor, soledad, sexo, triunfo, perdedores, injusticias y nostalgia, todo conviviendo en la alucinante simetría del concreto y el asfalto.

¿Qué es un hombre en suspenso?
En 1944, en pleno desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, abordamos el mundo de Joseph, un joven desempleado que espera. Espera ser llamado a las filas del Ejército, pero luego descubriremos que espera muchas cosas, entre ellas una nueva vida de triunfo artístico intelectual que nunca le llegará, que jamás le será despachada a su correo personal. Joseph es un hombre con anhelos que van más allá del denominador común, pero toda esa intencionalidad sobre lo que el desea sea su vida, jamás llegará a traspasar las páginas de su diario, donde va registrando el itinerario de sus inquietudes y reflexiones, sobre todo lo que le acontece, y lo que él cree está llamado a hacer de su vida.

Como mucha gente soñadora, Joseph piensa que lo único que separa a su vida real de su sueño, es la libertad, negada por la obligación al trabajo, la pobreza que lo alejan de una verdadera vida, culta y trascendental.

Pero a medida que avanzamos en sus páginas, descubrimos lo irónico del caso: Joseph es libre, está desempleado, y sin ninguna obligación, pero no hace nada por aproximarse a su mundo ideal, solo sueña, sueña e imagina, pero nada más. Quizá sólo tenga un ideal romántico de libertad, o peor aún está alienado y no sabe en realidad de qué se trata la libertad, y por ello es incapaz de alcanzar lo que se ha propuesto con ella.

Refugiado en su habitación donde ha vivido con su esposa los últimos ocho meses, Joseph siente que todos los propósitos de su vida están suspendidos, como el platónico mundo de las ideas, sin posibilidad de materializarse. “Algunos hombres parecen saber exactamente donde están sus oportunidades, se fugan de prisiones y cruzan Siberias enteras en su busca. Una habitación me retiene”. Escribe en su diario.
El dilema planteado por Saul Bellow en “El hombre en Suspenso”, entre existencia y libertad, ya lo había resuelto en la Francia del Siglo XVI, el joven pensador Ethienne de la Boetie, quien con apenas dieciocho años escribió aquel célebre panfleto: “Discurso de la servidumbre voluntaria”, en el que afirma que el hombre no ha sido educado para la libertad, y Joseph, El Hombre en Suspenso, no es la excepción. El como todos los hombres ha sido formado para la servidumbre. Por eso ignora y nunca reconocerá la libertad así le abra las puertas de par en par, frente a sus narices. La Boetie señala que la obediencia, negadora de la libertad, no es algo impuesto desde el exterior, sino que se trata de una acción voluntaria.
Saul Bellow conduce a Joseph a enfrentarse al debate existencial que por siglos ha sido la principal disyuntiva de la ética occidental la del Ser o no Ser. La mejor definición de Joseph, es la del hombre postergado, quien en ningún momento emprende nada y asume la actitud más cómoda, dejarse llevar por los caminos que le señalan los imperativos de la sociedad. Es así como deja en manos de una oficina de alistamiento militar la decisión final de qué hacer con su libertad, que no es otra cosa que la libertad de elegir.

Un día, bordeado en medio del pesimismo, le llega el esperado telegrama del Ejército con la orden de alistamiento. Joseph lo asume como si este llamado lo convirtiera en una especie de héroe quien debe sacrificar su vida ideal para salvar a las mayorías. Así se convierte en un auto excluido de su tierra prometida “personal”. Pero en ese momento lo que Bellow, nos describe es a un solitario sin asidero que tratará de redibujar su existencia mediante el sacrificio de irse a la guerra en los momentos que ésta explosiona de la manera más virulenta. “Los mundos que buscábamos no eran jamás los que veíamos; los mundos con los que habíamos contado no eran nunca los mundo que conseguíamos”. Anota en su Diario.
Cuando Joseph llega al mostrador y entrega la carta de reclutamiento, y le colocan el sello de admitido, ha hecho el intercambio de su libertad. A Joseph ya no le importa si es libre, o no, le interesa creer que por su sacrificio, lo será una nación entera. Esta entrega voluntaria, le proveerá el ideal necesario para encontrar la justificación de haber dejado atrás, en suspenso, una existencia que estaba marcada por los aspectos sublimes de la vida. Está convencido de la imposibilidad de manejar su existencia por sí mismo, y se siente realizado por haberla donado a una causa moral superior.
Poblado de constantes referencias biográficas, de permanente uso y evaluación comparativa, con los más variados aspectos de su vida diaria, la vida de Joseph siempre se irá comprimiendo entre las bisagras del “deber ser”, o del “ser o no ser”.
Lacónico por excelencia, en medio de esa constante contradicción hombre-mundo, aplicado al absurdo existencial, la vida de Joseph en momentos pareciera divagar por la senda del conformismo, atrapado en su asfixiante atmósfera, como el impredecible hombre doméstico en rebeldía que se niega a aceptarlo.

En momentos Bellow sugiere el sinsentido que puede sustentar la espera apuntando a veces la misma perspectiva de la esperanza diaria renovada en el Godot de Beckett, en otras, es la eterna postergación al anhelado retorno al jardín del Edén, o el inalcanzable encuentro entre el agrimensor y el señor del Castillo de Kafka. Joseph tiene lucidez para ver lo tanto que de sí mismo ha dejado en manos de la inconsciencia, del dejarse llevar. Sabe que quienes como él no tienen un verdadero propósito en la vida, la misma sociedad de masas le ensambla uno genérico previamente manufacturado. Es en la recurrente escritura de su diario donde está el espejo en el que realmente puede mirarse: “Al volver a la vida consciente, tras la regeneración –cuando es tal cosa- del sueño, paso corporalmente de la desnudez al vestido y, en el aspecto mental, de una pureza relativa a la contaminación. Subo la hoja de la ventana y examino el tiempo, abro el periódico y admito la entrada del mundo a mi vida”.

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