martes, 24 de marzo de 2020


                           Un hombre duerme


Un hombre duerme confortablemente en su cama. Son las 7:00 de la mañana, es viernes, y no sonará el despertador. Ha decidido no hacer nada hoy y aún es temprano para levantarse. Sueña, no sabemos si con el paraíso, pero lo hace profunda y plácidamente.

En un minuto despertará dentro de una pesadilla. Cuando los dos guardias de trajes oscuros y bigote que en avanzan  por el pasillo de la pensión donde vive, entren a su habitación, se paren junto a su cama y lo despierten para informarle que está detenido, y sin decirle nada más, ni responder a sus alegatos se marchen.

Atribulado, deseará imaginar que esa escena es una continuidad del sueño que soñaba, pero no es así, está despierto.

Cumple su rutina de todas las mañanas con exactitud meticulosa, Antes de salir repasa haber dejado todo en orden. Mira la cama una y otra vez, cerciorándose de que esté debidamente tendida, el piso seco y los zapatos lustrados, todo impecable, porque no sabe de qué lo acusan, poďria ser de cualquier cosa.

En la calle camina con rectitud decorosa, cada tanto repasa el aspecto de su traje, asegurándose de que nada esté fuera de lugar y en vez de su andar taciturno de todos los días, saluda con una reverencial inclinación de cabeza a los otros transeúntes. Se dirige a su oficina a presentar sus excusas por haberse atrevido a pensar no ir a trabajar esa mañana.

Mientras camina repasa los hechos de su vida, tratando de recordar en qué momento cometió una infracción. Piensa si es por entregarle de forma brusca las copias de los archivos al asistente del primer piso, por no socializar con sus compañeros en las noches, y salir corriendo a escurrirse en el laberinto de su soledad, o por sólo usar camisas blancas.

Incluso llega a pensar si es una demanda tardía de los médicos que atendieron el parto de su madre cuando él nació que estuvieron luchando horas agotadoras por traerlo al mundo, y ahora deberá responder ante la justicia. Pero él es abogado y no encuentra ningún argumento de peso. No sabe que ley ha violado ni cual tribunal lo juzgará.

Lo anterior es una semblanza de la novela de Franz Kafka, El Proceso, cuyo protagonista Joseph K recoge la condición del hombre moderno del S.XX como víctima de una burocracia deshumanizada, y una sociedad del control que invisibiliza y desaparece al sujeto.

Alguien se pregunta por qué debe ir a la cárcel Joseph K, si el no cometió ninguna falta, es arrestado y llevado a ningún lugar. A los días de recibir la visita de los guardias, K es notificado de que debe ir al Tribunal, donde K apelará y solicitará la protección de la Ley, pero luego de escuchar sus alegatos, se encuentra de que todos lo acusan, basados en una Ley, superpoderosa, que sólo permite formular acusaciones nunca defensas.

Todo el proceso tribunalicio exhibe una burocracia inhumana, todos los amigos de K se muestran pesimistas, no ven salida a su juicio. En una conversación, su tío anticipa su desenlace, “Tener un proceso así supone que lo has perdido de antemano”.

El tribunal nunca abandona su acusación sobre K, dice que el sólo hecho de estar siendo procesado, lo hace culpable de algún modo (aunque en verdad no lo sea), finalmente lo encuentran culpable y lo sentencian a muerte.

La visión de Kafka de la administración de justicia evidencia que el papel del Estado es frustrar y conspirar para obligar al individuo a recorrer el laberinto de la burocracia. El burócrata es un empleado confundido ante una larga e interminable cola de personas, con un montaña infinita de papeles de trabajo sobre su escritorio, un universo de confusiones y tardío en las decisiones.

En una etapa de su vida, Kafka trabajó en unas oficinas burocráticas en Praga, Checoslovaquia, sobre lo que una vez testimonió que era sometido a trabajar largas jornadas en la oficina, cuyos aciertos y logros eran sepultados cada día bajo una pila de nuevos papeles.
Lo absurdo es la etiqueta de la literatura kafkiana, pero en El Proceso además nos encontramos con una atmósfera intrincada de desorientación y una sensación ilógica presente en todo el relato.

Douglas Gonzalez


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