domingo, 22 de marzo de 2020

                                     
                    Ragtime en la oscuridad


Fue una noche que duró cuatro días, fue el apagón más largo de la historia, desde el jueves hasta el lunes,cubriendo al país entero, borrando todos sus rasgos civilizatorios, dejándolo sepultado en una oscurana medieval.

Ya era domingo y José Ignacio subía el quinto botellón de agua del día. El sábado había visto a medio edificio huir para la playa, incluyendo al jefe del condominio quien al salir tiró las llaves y dijo, resuelvan como puedan.

Y es que el jueves cuando subía en su BMW gris por la rampa del estacionamiento tuvo un mal presentimiento, se dio cuenta que la ciudad había dejado de funcionar, llegó a la esquina y vio el caos: el semáforo sin luz, los automóviles atascados en el embotellamiento y sus conductores pegados al teléfono celular tratando de entender la tragedia que significaba un apagón a nivel nacional, alarmados porque conocían la ineptitud del gobierno ante las catástrofes, y se sintió en la película “Final Judgment”, con la pujanza interior del pánico y la incertidumbre.

A las 3:05 pm, Amparito Gómez, una rubia delgada a quien todos le decían "catira", estudiante del octavo de psicología iba en el Metro pensando que no había nada peor de andar pedaleada, no habían pasado dos estaciones cuando todo se apagó, y una soberana mentada de madre retumbó dentro del vagón tratando de rasgar el velo de la oscuridad. Una hora después, el vagón era en un murmullo de malos olores, sudores pegostosos y rostros desventurados.

¿Y no van a abrir esta vaina? Gritó una voz desesperada,  fue cuando muchos venciendo el temor a ser atracados, sacaron sus celulares para alumbrar donde estaban las palancas de emergencia, jalaron pero nada, así pasaron la primera hora, no llegó ningún rescate, las puertas nunca se abrieron. En la segunda hora el vagón estaba convertido en un baño turco apestoso y sofocante, el caos sanitario se paseaba sobre sus cabezas, a las 6:00pm, el aire había colapsado.

Dos horas después, José Ignacio llegó a su apartamento en Bello Monte, su mujer con siete meses de embarazo estaba sofocada, no me aguanto sin aire, dijo. Vámonos para un Hotel, pidió. Pero no había nada disponible.

Bajaron a dormir al carro por lo del aire acondicionado. Hasta que habló con su papá y este le dijo que subieran a su casa, porque podían envenenarse con el monóxido. Dijo que el gobierno culpaba del apagón a la oposición de terrorismo cibernético, “que locura”, dijeron los dos al mismo tiempo, es como que te digan que alguien hackeó tu nevera por internet.

Amparito estaba a punto de vomitar, en ese momento escuchó que rasgaban las puertas y entraba una bocanada de aire. Eran las 7:15pm, y tenía un ataque de asco. Dos hombres la miraron y uno dijo mira a la gringa esta. Ella los ignoró, estaba acostumbrada a que le dijeran pitiyanqui porque le gustaba usar ropa de marca, gringa por el color de su pelo y porque escuchaba música en inglés.

José Ignacio bajó a comprar cigarros por los alrededores de la Morgue, donde siempre hay vendedores ambulantes. Estacionó para fumarse los dos que necesitaba para reponer su saldo deficiente de nicotina.

Estaba encendiendo el segundo, cuando de la oscuridad vio salir a una señora por la acera que conduce a la Morgue, iba cargando el cadáver de su hija, lo llevaba envuelto en una sábana. Eran las 10 de la noche y con la serenidad que viste a la resignación, dijo que tuvo que caminar por la ciudad a oscuras con su hija muerta, porque llamó a emergencias y nadie contestó, tampoco encontró quien la auxiliara, su hija tenía 19 años y apenas pesaba 10 kilos.

A las 2:00am de la madrugada, fueron rescatados los del vagón. Amparito agarró un taxi con otros cuatro, pensó que cuando llegara al Bloque se encontraría a la ladilla insomne del Rafa, un vago, una verdadera biografía del fracasado que cuando la veía le decía lee a Marx y a Lenin para que despiertes gringuita, y soltaba su palabrerío devaluado: proletariado, burguesía, imperio, perteneciente al grado cero de la escritura, eso pensaba mientras atravesaba una Caracas dormida de un apagon, una ciudad en el grado cero de su existencia.

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