martes, 31 de marzo de 2020


Del oficio de lector


Con la cuarentena la casa ha ido adquiriendo la forma de un gran nido, donde todos los espacios se han ido amoldando por si mismos para la comodidad, esta nueva atmósfera la pusieron los libros, ya no salen por un rato del mueble de biblioteca para volver a regresar a su rígido ordenamiento, y es que los días son tan largos que leer un solo libro a veces es un asunto monótono, y con el pretexto del hastío, sacamos otro, y luego otro y así, y los vamos tirando en cualquier lugar, con la firme promesa de continuarlos al día siguiente.

Pero el día siguiente en una cuarentena son todos los días, y los libros se van quedando por ahí esperando su turno, postergados en una lectura sin fin. Al terminar la semana hay un caos, libros por todos lados, y ni por un momento te va a dar por recogerlos ¿para qué? si seguimos enclavados en un ámbito de la temporalidad donde nada parece transcurrir, sino sólo cuando lees, que le arrebatas un pedazo de ese tiempo detenido a la cuarentena y lo haces tuyo.

Hay algo insustituible en los libros y es la atmósfera de intimidad que nos otorgan. Cuando abrimos un libro frente a nosotros se detiene el mundo, es como si entráramos a un espacio único, un universo cerrado en miniatura que se abre ante nuestros ojos en palabras, con las que nos asomamos a las ventanas que haya dejado abiertas el autor para nosotros.
Detrás de cada libro hay una suma de la existencia, la de alguien que un día decidió reunir sus impresiones del mundo y sus vivencias, del creado y del imaginario, y sus conceptos de las cosas, sus ideas vagas o complejas y las vació en ese molde que es el libro.

Unos son más complejos que otros, pero todos nos van regalando el tiempo memorable de sus experiencias, nos enriquecen con otros puntos de vista y nos obsequien sus actos concluyentes, los que a muchos pudieron demorar años, o toda una vida acumular en sus palabras, a nosotros nos lo entregan en el instante de su lectura. Cada autor se lee según su exigencia, no es lo mismo leer a Balzac que a Kafka, a Vargas Llosa que a Borges, pero cada uno desde su ámbito literario nos ofrece el placer de su lectura, la riqueza imaginaria de reescribir esa historia que vuelve vivir en nosotros cuando la leemos, y ahí es cuando iniciamos el viaje.

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